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Pedro Ferrándiz y la treta de Varese

Se hizo entrenador nacional haciendo el curso por correspondencia y salió como número uno de la promoción en 1951. Por ciertas desavenencias con la Federación Española (no fue nombrado seleccionador de Alicante y prohibió a sus jugadores jugar en la selección provincial) fue descalificado. Sin embargo, corrían otros tiempos y con su llegada a Madrid parece ser que se olvidó todo.

Hablamos de Pedro Ferrándiz, el entrenador de baloncesto más laureado de la historia de España y uno de los más laureados del baloncesto mundial, si bien se desempeñaba como mecanógrafo. La oportunidad en el baloncesto le llegó cuando se trasladó a Madrid a vivir. Al parecer a través de contactos, sus cualidades llegaron a oídos de Raimundo Saporta, importante directivo de la Sección de baloncesto del Real Madrid y miembro de la FEB, y por fin comenzó su andadura en el conjunto blanco. Primero en las categorías inferiores y desde la temporada 59/60 entrenador del primer equipo.

Su trayectoria en el Real Madrid fue larga y prolífica. Ni más ni menos que desde 1959 a 1975. En ese tiempo ganó doce Ligas, once Copas de España y cuatro Copas de Europa de siete finales amén de innumerables títulos menores.

Y de una de esas temporadas vamos a hablar, en concreto de la temporada 61/62 y de un partido concreto, un partido en principio normal, como tantos otros. En aquellos años todavía no existía la línea de triples, invento instaurado tras los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 84, las posesiones eran de 30 segundos y no existía el campo atrás.

Corría el 18 de enero de 1962. El Real Madrid disputa los octavos de final de la Copa de Europa. Se encuentra en Varese, Italia y es el partido de ida. Antiguamente, las eliminatorias se disputaban a doble partido y vencía el equipo con mayor diferencia positiva de puntos. La cancha es pequeña, apenas 2000 personas que convertían el recinto en una olla a presión. Enfrente, forma el Ignis de Varese, uno de los mejores equipos del mundo en aquella década. ¡Forza Varese! ¡Forza Varese! resuena entre la grada.

En el Real Madrid, se preparan para jugar Emiliano Rodríguez, Lluis Cortés, Carlos Sevillano, Lolo Sáinz, Lorenzo Alocén y los pivots norteamericanos Wayne Hightower y Stanley Morrison. El partido es complicado y no conviene ni mucho menos un resultado adverso, si bien es verdad que todavía queda el partido de vuelta. El equipo madridista, bien concentrado  comienza mandando en el marcador, 10-20 en los primeros minutos y 36-44 al descanso. El Madrid va ocho arriba manteniendo un buen nivel de juego.

La segunda parte comienza más o menos igual. Se mantiene la ventaja pero cada vez más escasa. Como suele ocurrir a menudo en Italia, el arbitraje se vuelve notablemente casero. Se anulan hasta seis canastas a los madridistas causando indignación en el banquillo. Lo peor no queda ahí. Después de todo el partido por delante, el Ignis Varese empata el partido a 80. Lajos Tóth anota un 2+1 y fuerza al Real Madrid a pedir tiempo muerto con sólo dos segundos por disputarse. La prórroga es inminente y Ferrándiz mira preocupado al banquillo. La situación es muy complicada: Morrison y Sevillano están eliminados con cinco faltas, Lolo Sáinz y Emiliano con cuatro personales están también al borde de la eliminación y Hightower está lesionado. La más que posible prórroga puede ser demoledora para un Real Madrid en cuadro y un Ignis Varese venido a más.

Ferrándiz da las últimas instrucciones y saltan los jugadores a la cancha. El Real Madrid tiene la posesión. Hightower y Lolo esperan en el centro de la pista. Alocén y Emiliano esperan en campo propio y Lluis Cortés, el base, se dispone a sacar. Con sólo dos segundos de partido, evitar la prórroga parece algo imposible. O quizá no…

Se pone el balón el juego, Cortés pasa a Alocén y salta la sorpresa y la incredulidad. El jugador blanco se da la vuelta y encesta limpio en su propia canasta. Se produce un instante de silencio y enseguida el pabellón ruge. El Ignis Varese ha ganado 82-80. La grada comienza a corear ¡Lorenzini! ¡Lorenzini! metiéndose con el jugador blanco que, al parecer víctima de la presión ha anotado sin querer en su propia canasta. Lolo Sáinz se lleva las manos a la cabeza. Inaudito.

Sin embargo, por fin alguién se da cuenta de lo que acaba de ocurrir. El propio Toth, que minutos antes consiguía empatar el partido, cae en la cuenta. ¡El Real Madrid ha perdido el partido adrede! ¿Cómo es eso posible? Sencillo. Como ya he dicho, el equipo estaba en cuadro y el hecho de afrontar una posible prórroga podía suponer una abultada derrota. En efecto, Ferrándiz, en una decisión revolucionaria en el baloncesto ordenó a Alocén anotar en su propia canasta para así perder sólo de dos puntos y remontar la eliminatoria en Madrid.

Cuando el pabellón fue consciente de lo ocurrido, llovieron los objetos, los escupitajos y los insultos y el Madrid tuvo que abandonar el recinto escoltado por los Carabinieri. El Ignis de Varese trató de impugnar el partido ante la FIBA. Sin embargo, Ferrándiz lo tenía absolutamente todo previsto. No había nada que hacer o reclamar. No existía en el Reglamento norma alguna que impidiese a un equipo anotar en su propia canasta por lo que el resultado era válido.

La treta de Ferrándiz funcionó a la perfección. El Real Madrid ganó cómodamente el partido de vuelta disputado en el Frontón de Vistalegre por 83-62 y se clasificó para la siguiente ronda. Finalmente sería eliminado por el Dinamo de Tbilisi.

La FIBA, reunida unos meses después publicó una enmienda al Reglamento del siguiente tenor: “La auto-canasta anotada en los últimos instantes de un partido que evite un empate como resultado final, comportará la inmediata descalificación del equipo al que pertenezca el jugador autor de la auto-canasta”. Dicha norma se mantiene vigente a día de hoy.

Ferrándiz, tiempo después, lo explicaba así:

“El asunto era que si le dábamos el balón al adversario, como si nos hubiésemos equivocado, a lo mejor no querían o no acertaban a meter canasta. Había que hallar un método infalible y yo creía tenerlo. La solución me parecía obvia: se trataba de romper el empate con una canasta introducida en el aro propio y esto ya lo habíamos discutido varias veces; la última, en el hotel donde nos alojábamos.

“Quiero decir que no fue un arranque de genialidad, sino el fruto de una reposada meditación anterior, así que cuando pedí el tiempo muerto fue simplemente para ordenar las ideas y que no hubiese dudas sobre quién tendría que hacer cada cosa. Le ordené al base, Lluis, que sacase de fondo sobre Lorenzo Alocén, un pívot con nervios de acero, y que éste metiera la canasta que había de autoderrotarnos. No esperaba dificultades, porque los italianos se irían a defender a su zona, y en eso también acerté, porque no se les ocurrió presionar el saque.”

¿Falta de ética deportiva o genialidad?

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