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El día que Alemania reescribió la historia del Maracanazo

Esto es igual que cuando descubres un nuevo elemento químico y lo incluyes en la tabla periódica con algún nombre indescifrable e impronunciable del tipo Unumpentium o algo así, o quizá un planeta nuevo que no sabías que estaba ahí y le colocas un código alfanumérico del tipo Nebulosa NGC 7293. Algo tan novedoso que no sabes qué otro nombre o apodo darle en ese momento porque no lo esperabas. Pues justo eso mismo ha ocurrido en el Mineirao de Belo Horizonte, algo que no tiene definición porque nunca se ha visto en la historia del deporte esférico.

Por desgracia para los brasileños ahora saben el precio exacto de esa traición futbolística llamada resultadismo. En algún punto del camino al Mundial la canarinha olvidó su esencia, la samba, el toque, el espíritu que hizo más grande si cabe a genios como Pelé, Garrincha, Sócrates o Zico. Y en vez de eso, consistió en convertir la Copa Mundial en cuestión de Estado, por encima incluso de la historia y la tradición. Olvidaron por ejemplo que en el 82 se vio a una de las mejores selecciones que se recuerdan y que sólo pudo llegar a cuartos de final y no importó porque desarrollaban un fútbol que aún es digno de hemerotecas. Pero no, consintieron el cambio, alguien permitió que los valores se convirtiesen en desvalores y la selección se llenase de jugadores con un perfil desconocido casi inédito en este equipo. Lo dicho, resultadismo o lo que es lo mismo, perros de presa en el centro del campo y balones a Neymar a ver si hay suerte.

Y claro, al otro lado del cuadrilátero, Alemania que con su maquinaria eficiente y bien engrasada desde hace ya varios partidos, no tuvo ningún problema en desarbolar a una defensa brasileña que rozó el nivel de patio de colegio en algunas acciones. Y tenía que ser, cómo no, el genial y extraño Thomas Müller, jugador inclasificable, el que abriese la lata y derramase todo su contenido en el césped. 1-0 y la cosa pintaba ya raro. Pero es que después de eso ya no hubo piedad, ni Brasil. Mesut Ozil actuó de cazador silencioso sirviendo los balones que acabarían en la red rematados por sus compañeros, Kroos se reivindicó aprovechando además su momento de portadas tras su más que posible marcha al Real Madrid, Miroslav «Mister gol» Klose terminó de culminar su récord personal de más goles anotados en citas mundialistas, y Khedira, excelso en la primera parte, recordó por momentos su mejor nivel.

En definitiva, el fútbol ganó al no fútbol, y la identidad ganó a la no identidad. El deporte esférico es una disciplina injusta en la que no siempre gana el mejor, de acuerdo, pero todo influye y Alemania por momentos jugó a un nivel de ensueño y perfección pocas veces visto que chocó contra la Brasil más débil del último medio siglo. ¿Cuál fue la conclusión? 7-1. Gary Lineker, un gran jugador que en su vida deportiva nunca conoció a Alemania por debajo de una final en ningún Mundial, dijo aquello de “Football is a simple game; 22 men chase a ball for 90 minutes and at the end, the Germans always win.”. Desde luego, con algún matiz, no le faltaba cierta razón.

Ahora, después de más de medio siglo el Maracanazo tiene nueva definición y no queda claro cuál de los dos resulta más doloroso para Brasil. Lo que es seguro es que, en un deporte en el que es fácil decir que ya lo hemos visto todo, esto aun estaba por ver.

DAVID ABELLÁN FERNÁNDEZ

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